El Fracaso de San Lázaro.

Eran las 13:15 horas del jueves 13 de diciembre. Esa medianoche vencía el plazo marcado por la reforma electoral constitucional para elegir a los nuevos consejeros electorales del IFE. Los coordinadores parlamentarios de las principales fuerzas políticas en el Congreso, PAN, PRI y PRD, no habían podido consensuar los nombres del sucesor de Luís Carlos Ugalde, ni de los otros dos nuevos consejeros electorales que deberían llegar al edificio de Periférico y Viaducto.

La suerte parecía echada. “Ya revisamos la convocatoria; no hay nada que nos obligue a elegir ahora los consejeros del IFE. Si para las dos de la tarde no hay acuerdo, clausuramos el período de sesiones y nos vamos”, decía Héctor Larios a los diputados del PAN, en reunión plenaria celebrada en San Lázaro.

Era la primera señal clara de que las cosas andaban muy mal. El fracaso estaba en puerta. El esfuerzo de semanas se derrumbaba. Los vetos que los partidos históricos habían impuesto a los aspirantes con los que tenían facturas pendientes complicaban las cosas. La fractura del grupo parlamentario del PRD sellaba la imposibilidad de llegar a un acuerdo.

Los diputados panistas salieron del conclave amordazados. Habían recibido la instrucción de Larios de no hacer declaraciones a los reporteros que los aguardaban fuera del auditorio del Edificio E del Palacio Legislativo, donde se realizaba la reunión.

Apenas terminó ese encuentro, los teléfonos de los coordinadores parlamentarios comenzaron a sonar. Les informaban que a las 13:30 horas iniciaría la reunión de la Junta de Coordinación Política, órgano de gobierno de la Cámara de Diputados. Algunos iban con la idea de que los coordinadores de “La Divina Trinidad” –así llama el convergente Alejandro Chanona a los jefes de bancada del PRI, PAN y PRD. ya tenían un arreglo. Error. Allí se enteraron de la bomba que Larios soltaria posteriormente a los reporteros

“No hemos podido llegar a un amplio consenso y a petición del PRD hemos decidido clausurar el periodo de sesiones el día de hoy y postergar la decisión que nos mandata este artículo cuarto transitorio el próximo año, a más tardar en la primera semana de febrero del próximo año”, dijo el panista.

Era un fracaso a todas luces. Los titulares de los principales cotidianos reflejaban al día siguiente la envergadura del petardo. “Dejan al IFE en el limbo”, se leía en la principal de Excélsior; “Partidos causan crisis”, encabezaba El Universal; “El PRD retiene a Ugalde en el IFE”; se leía en Milenio; “Dejan en suspenso a relevos en el IFE”, decía Reforma

Emilio Gamboa, coordinador de la fracción del PRI, había revelado que el perredista Javier González Garza, fue el que solicitó que la elección de los nuevos consejeros se pospusiera hasta febrero del 2008. Quería tiempo para procesar el asunto al interior de su dividida bancada.

“Lo que estamos buscando es que salga con el mayor consenso posible”, subrayaba el yucateco, en un esfuerzo por convencer a los escépticos que se optó por el camino correcto. El priista repitió, una y otra vez, lo mal que se hubieran visto el PAN, el PRI y el PVEM si sacan solos el nombramiento de los tres nuevos consejeros. “Hubiésemos tenido que hacer a un lado a la segunda fuerza en la Cámara de Diputados”, manifestaba.

González Garza se prodigaba también para justificar el fracaso. “No pudimos tener un acuerdo en este tiempo. Y lo que la Junta de Coordinación valoró es que había que tratar de llegar a un mejor acuerdo. Es preferible el que hagamos bien el proceso, a que salgamos divididos”, agregaba.

El Güero hacía notar el tema de los vetos. Los suyos y los de los demás. “Hay que quitarlos todos para poder discutir abiertamente, y darnos el espacio para hacer eso”, recalcaba.

El panista Rogelio Carvajal, quien jugo un papel determinante a lo largo de todo el proceso, achacaba el fracaso al respaldo empecinado del PRD al ministro de la Corte. “Lo que nosotros tratamos de negociar es un acuerdo que genere el máximo consenso posible, Así lo dice la convocatoria que hemos expedido en la Cámara de Diputados, pero ese hombre es insostenible”, puntualizó
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El fracaso de las negociaciones entre los coordinadores parlamentarios hacia lucir la famosa “consulta pública”, organizada por los diputados para dar la impresión de que la ciudadanía participaba en el proceso de elección del nuevo consejo general del IFE, como una simulación.

Los ciudadanos habían respondido a la convocatoria con entusiasmo. La Comisión de Gobernación entrevistó a los 105 aspirantes que superaron el primer corte, y entrego a la Junta de Coordinación Política una lista final de 39 candidatos.

La lista tenía que ser depurada por la Junta, pero apenas se dio a conocer, comenzaron a trascender los vetados. El PRI tachó a los ex consejeros electorales Jaime Cárdenas García y Mauricio Merino Ochoa. No les perdona haber votado a favor de la millonaria multa –1000 millones de pesos—que les impusieron por el Pemexgate. Cárdenas, además, no era del gusto de los panistas. Apoyó públicamente el “voto por voto”.

María de los Ángeles Fromow, ex titular de la Fepade, quedó fuera por el veto del PRD. Los amarrillos le reprochan su “complicidad” frente al lo que consideran un “fraude” en las elecciones presidenciales del 2006. También a Fernando Ojesto, ex presidente del Trife, lo vetaron con idénticos argumentos.

La cerrazón del PRD, aferrado en imponer al ministro de la Suprema Corte de Justicia, Genaro Góngora Pimentel, como presidente consejero del IFE, terminó por dar al traste con las delicadas negociaciones. Los perredistas demandaban lo imposible. No se conformaban con nombrar uno de los tres nuevos consejeros electorales. Querían poner en el cargo de presidente consejero del IFE a un amigo cercano a López Obrador, autor del proyecto del famoso tribunal constitucional, confiados en que la necesidad del gobierno de Felipe de legitimarse, obligaría al PAN a aceptar sus exigencias.

Se equivocaron. “¡Sobre el cadáver del PAN! ¡Góngora no pasa!”, había declarado a Vértigo, la víspera, el diputado calderonista, Manuel Minjares, integrante de la cúpula parlamentaria del blanquiazul, antes de pedir licencia para irse como subsecretario de la Función Pública.

Ya para entonces, Minjares daba color. “Preferimos quedarnos sin nuevos consejeros, así están las cosas”, puntualizaba. “Ellos son los que quieren cambiar a los consejeros. Nosotros no tenemos prisa”, secundaba el Rogelio Carvajal, uno de los más activos opositores al nombramiento de Góngora.
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La salida de Ugalde era cosa de horas. Ya solo esperaba el nombramiento de su sucesor para entregar la oficina. De repente todo cambió. El fracaso de las negociaciones en la Cámara de Diputados lo colocaba frente a una situación radicalmente distinta.

El artículo Cuatro Transitorio de la Reforma Electoral Constitucional preveía su salida el 13 de diciembre, pero también señalaba que los consejeros electorales y el presidente consejero del IFE, en funciones a la entrada en vigor del decreto, continuarán en sus cargos, en tanto la Cámara de Diputados daba cumplimiento al proceso.

La noticia provocó confusión y sorpresa en la sede del Instituto Federal Electoral. Apenas lo podían creer. Los consejeros electorales ya se habían despedido de Ugalde. El presidente consejero del IFE ya estaba incluso amarrado para impartir la cátedra Robert F. Kennedy en la Universidad de Harvard. Su salu

El jueves por la noche, el presidente consejero del IFE reflexionaba sobre el circunstancial dilema: quedarse unos meses más. Los partidos lo habían tratado con la punta del pie, cómo lo escribió al día siguiente el analista Leo Zuckerman en su columna Juegos de Poder que publica en Excélsior.

“Ugalde ya había avisado a sus nuevos empleadores que llegría a comienzos de enero a trabajar. Pero ahora los diputados, como si el presidente del IFE fuera su empleada doméstica, le piden que se quede un poco mas. Solo hasta febrero. Vaya falta de profesionalismo de los partidos”, apuntó Zuckerman.

Hacia el mediodía del viernes, Ugalde se encontraba reunido en sus oficinas con los consejeros electorales. Su renuncia era un hecho. Se hablaba de que podía haber dos o tres más.

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